La trágica muerte de una niña de cinco años en el polideportivo del barrio Ciudad Dorada no puede pasar como un simple accidente. Lo que debía ser una tarde de juegos terminó en dolor, y este hecho nos obliga a reflexionar como ciudad sobre el estado de nuestros parques y el uso que hacemos de ellos.

Es cierto: la administración municipal tiene la obligación de garantizar que los escenarios recreativos estén en condiciones óptimas y seguras. Se requieren planes de inspección permanentes, mantenimiento oportuno y una estrategia de prevención que evite que la cinta amarilla sea la única medida tras una desgracia. No se puede esperar a que ocurra una tragedia para actuar.

Pero también es verdad que la comunidad tiene un papel que no puede evadir. Las denuncias hechas a este medio hablan de adultos usando columpios diseñados para niños, forzando estructuras que no están hechas para soportar ese peso. También se señala que una barra que había caído fue levantada de manera improvisada para que siguiera en uso, pese al evidente riesgo. Acciones como estas, aunque puedan parecer inofensivas o “de buena intención”, contribuyen al deterioro y aumentan el peligro.

Los parques son bienes comunes, y como tales requieren corresponsabilidad: la del Estado, que debe mantenerlos en buen estado, y la de los ciudadanos, que deben usarlos con responsabilidad, reportar daños y no improvisar reparaciones que ponen en riesgo vidas.

Esta tragedia debe ser un punto de inflexión. Urge que la Alcaldía adelante una revisión inmediata de todos los parques infantiles de Armenia y que la comunidad entienda que cada decisión, cada uso indebido o cada omisión puede tener consecuencias irreversibles.

La memoria de esta pequeña debe convertirse en un llamado colectivo: no más parques inseguros, no más descuidos compartidos. Solo si actuamos juntos, administración y ciudadanía, podremos evitar que la alegría del juego se vuelva a teñir de luto.